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La escena del Evangelio recuerda también la primera lectura. Así como Esdras, Jesús está de pie frente al pueblo, recibe un pergamino, lo desenrolla y lo interpreta (comparen Lc 4,16-17.21 con Ne 8,2-6, 8-diez). Israel se dedica de nuevo a Dios y a su Ley, como cantamos en el salmo de hoy.
John 8:58
“Before Abraham was, I AM.”
“I AM the root and the offspring of David, and the bright and morning star.” 🙏🏻 Revelation 22:16 #JesusIsLord— Emma (@Emmanue37844681) April 20, 2021
La primera lectura de el día de hoy está encuadrada en los hechos que suceden entre los días después de la Ascensión del Señor y Pentecostés. Estamos en el mismo punto en el calendario litúrgico. Este jueves festejamos la Ascensión del Señor en gloria y el otro domingo celebraremos el envío del Espíritu Beato sobre la Iglesia. El Espíritu es revelado como el aliento dador de vida del Padre, la Intención a través de la cual Él hizo todas las cosas, como nos dice el salmo de el día de hoy. La celebración judía de Pentecostés citaba a todos y cada uno de los judíos devotos a Jerusalén, para festejar su nacimiento como pueblo escogido de Dios, bajo la Ley dada a Moisés en el Sinaí (cfr. Lv 23,15-21; Dt 16, 9-11).
C De qué manera Responder A Las Observaciones De Dios.
Como advierte Santiago en la epístola de el día de hoy, debemos tomar como ejemplo a los profetas, quienes hablaron en el nombre de Dios. Él es el “Rey de la Gloria” de quien cantamos en el salmo de este día. Y según lo que Dios juró hace un buen tiempo a David, su reino no tendrá fin (cf. Sal 89,4–5). Al principio de todo el mundo, Dios estableció la familia en el “matrimonio” de Adán y Eva, y los 2 se hicieron un solo cuerpo (cf. Gn 2,22-24). En este momento, en la novedosa creación, Cristo es hecho “un cuerpo” con su Mujer, la Iglesia, como nos apunta la Epístola (cf. Ef 5,21-32).
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Sin embargo, como cantamos en el salmo de este domingo, deberíamos entender que su salvación está cerca de los que en Él aguardan. Por la fe deberíamos comprender, como asegura San Pablo en la epístola, que somos herederos de las promesas fabricadas a sus hijos, al pueblo de Israel. “¡Oh profundidad de la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios! ”, exclama San Pablo en la epístola de esta semana. Además el salmo del domingo toma una triunfante expresión de alegría y gratitud. Pues en el Evangelio, el Padre celestial revela el secreto de su reino a Pedro.
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Jesús, en el Evangelio de esta semana, utiliza nuevamente el símbolo veterotestamentario de la viña para educar sobre Israel, la Iglesia y el reino de Dios. Es fácil asimismo comprender el simbolismo de la primera lectura y el salmo. Pero, ¿llevamos un traje adecuado para el banquete? Jesús advierte que no todos los llamados van a ser seleccionados para la vida eterna. Asegurémonos de vivir en modo digno de la convidación que recibimos (cf. Ef 4,1).
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Esta domingo, en la Misa, escuchemos el comienzo del Evangelio y comprometámonos a vivir con santidad y devoción. Como los pobladores de Jerusalén que se muestran en el Evangelio, debemos salir y asistir hacia Él, arrepentirnos de nuestros pecados, de pereza y de coche-indulgencia que hacen de nuestra vida un desierto. Debemos enderezar nuestras vidas, tal es así que todo lo que hagamos nos conduzca hacia Él. Y cada uno de nosotros debe oír una llamada personal en las lecturas del domingo.
En este drama familiar observamos cumplida la profecía de Isaías y la promesa de la que cantamos en el salmo de este domingo. En Jesús, Dios da a comprender a todas y cada una de las naciones su sendero y su salvación (cf. Jn 14,6). Después le afirma que su misión está destinada solo a los israelitas. Finalmente usa la palabra “perro”, una expresión utilizada para menospreciar a los no israelitas (cf. Mt 7,6).
Como Jesús nos advierte, debemos resguardar que no sea arrebatada por el demonio o ahogada por las preocupaciones mundanas. Desde el instante en que los primeros hombres rechazaron la Palabra de Dios, la creación fue esclavizada de lo vano (cf. Gn 3,17–19; 5.29). Pero la Palabra de Dios no sale para volver a Él sin resultado, como oímos en la primera lectura del domingo. Como cantamos en el salmo de este domingo, en Jesús la Palabra de Dios ha visitado nuestra tierra, para empapar el suelo pedregoso de nuestros corazones con las aguas vivas del Espíritu (cf. Jn 7,38; Ap 22,1). De nuevo vemos, como la semana pasada, que los misterios del reino son revelados a los que abren sus corazones, realizando de ellos tierra fértil donde la Palabra puede medrar y ofrecer frutos.
Tras semanas de oír sus palabras y ver sus maravillas, como los acólitos, somos cuestionados sobre quién es Jesús de verdad. La liturgia nos sugiere ir a conocer, en este pasaje del libro de Sabiduría, una profecía de la Pasión del Señor. Escuchamos a sus contrincantes quejarse de que “el Justo” ha desafiado su autoridad, y les ha amonestado por violar la Ley de Moisés y por traicionar lo que aprendieron como líderes y profesores del pueblo.
En Ella saboreamos la amabilidad de Dios, como cantamos en el salmo de el día de hoy, regocijándonos por visto que, habiendo estado fallecidos, hemos vuelto de nuevo a la vida. La primera lectura y el salmo de este día miran hacia atrás, hacia las increibles hazañas del Éxodo. Ambos ven en el Éxodo un patrón y una profecía para el futuro, cuando Dios restaurará la fortuna de su pueblo, caído en el pecado. Pero las lecturas de el día de hoy señalan mucho más adelante, a un Éxodo todavía más grande, cuando Dios reunirá a las tribus exiliadas de Israel, que han sido dispersadas a los cuatro vientos, a los confines de la tierra. Esta cuaresma, la Liturgia nos ha mostrado al Dios del Éxodo.